Yo siempre quise ser un caballero jedi.
Recuerdo perfectamente aquella tarde de 1977. Mis padres me llevaron al cine a ver una película que había levantado una gran expectación. Su título era "La guerra de las galaxias". Las luces de la sala se apagaron y tras el clásico logotipo con su música correspondiente de la Twentieth Century Fox (esa es la primera vez que recuerdo haberlo visto), la sala se llenó de una oscuridad tan solo iluminada por unas estrellas en el fondo y unas letras que decían: "Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...".
Después, un largo rótulo se deslizó de abajo a arriba de la pantalla introduciéndome en un mundo imaginario con un realismo nunca antes visto. Mis ojos permanecieron abiertos como platos el resto de la proyección, cautivados por ese cuento fantástico que hizo soñar a toda una generación. Tras la proyección yo ya lo tenía claro: de mayor quería ser un caballero jedi.
Por las noches, con las luces ya apagadas, encendía mi linterna y ésta se convertía en la espada láser más temida de la galaxia mientras que con solo taparme la cabeza con la manta me encontraba al mando de mi propio caza estelar. ¡Cuántos combates habré librado y cuántos sistemas planetarios habré recorrido sin salir de aquella habitación!Tras el estreno de la segunda y la tercera parte de la trilogía descubrí que un jedi podía mover objetos con la mente o leer en los corazones de los seres humanos.Yo nunca fui capaz pero me consolaron diciéndome que cuando fuese mayor podría conseguirlo: "No te preocupes, ya crecerás".
Y lamentablemente crecí. Y me dijeron que no podía ser un jedi, que tendría que ser abogado o economista o arquitecto o informático. Crecí, maldita sea, crecí. Pero durante todos estos años en los que la vida, como a todo el mundo, me ha llevado dando trompicones de un lugar para otro, cada vez que quería olvidarme de los problemas cotidianos, tan solo tenía que entrar en un cine y dejarme atrapar por esas maravillosas imágenes, esa música de la luz capaz de hacernos soñar y vivir las más fantásticas aventuras.
Yo fui en busca del arca perdida y encontré las minas del rey Salomón. Yo participé en una carrera de cuádrigas en la mismísima Roma y fui un vikingo perseguido por su hermano tuerto. Yo caí desde lo alto de un barco mientras desgarraba la vela mayor y abracé a una aristócrata rusa al tiempo que dominaba el timón de mi goleta sabiendo que tenía el mundo en mis manos. Yo fui la flecha que acabó con el halcón y fui el arquero más rápido de Sherwood. Yo perseguí por todo el oeste un Winchester73 y encontré a mi sobrina entre los indios tras cruzar Río Bravo sólo ante el peligro. Yo crucé ganado de un estado a otro, sobreviviendo a una enorme estampida cerca de Río Rojo y, por supuesto, yo fui un huérfano que descubrió a un segundo padre en un contrabandista de los costas de Moonfleet...
Mis jedis, mis fantasmas de una época mejor, se llaman Errol Flyn, Olivia de Havilland, Gary Cooper, Grace Kelly, Burt Lancaster, Virginia Mayo, Gregory Peck, Ann Blyth, Stewart Granger, Deborah Kerr, James Stewart, Robert Taylor, Paulette Goddard, John Wayne, Tony Curtis, Janet Leigh, Charlton Heston...
Más tarde descubrí que detrás de todos ellos había una figura en la sombra, una figura que inyectaba "la fuerza" a todas esas películas: el director. Y fue así, de aventura en aventura, de sueño en sueño, como me enamoré del cine, fue así como llegué a la conclusión de que ser director de cine era lo más parecido a ser un jedi. Sí, me dije finalmente, seré director de cine.
Como ya habréis adivinado aún no soy director de cine y posiblemente nunca llegue a serlo. Pero si por alguno de esos caprichos del destino acaba sucediendo ese milagro y si algún día me llegan a dar un Oscar o un Goya o un premio de esos, lo primero que diré será: Yo siempre quise ser un caballero jedi.
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